( Bert Hellinger, Los órdenes del amor).
Son dos los movimientos que llevan al conocimiento. El uno se extiende, pretendiendo abarcar algo que hasta ese momento era desconocido, hasta poseerlo y poder disponer de ello. De esta índole es el esfuerzo científico, y bien sabemos lo mucho que ha contribuido a cambiar, a asegurar y a enriquecer nuestro mundo y nuestra vida.
El segundo movimiento resulta cuando, aún durante el esfuerzo de tender nuestro pensar, nos paramos y, de algo concreto que podríamos captar, dirigimos la mirada al conjunto. Es decir, la mirada está dispuesta a asimilar simultáneamente lo mucho que ante ella se extiende. Entregándonos a este movimiento, por ejemplo, ante un paisaje, una tarea o un problema, nos damos cuenta de cómo nuestra mirada a la vez se llena y se vacía. Ya que únicamente podemos exponernos a la plenitud y resistir su impacto prescindiendo primero
de los detalles. Para ello nos detenemos en el movimiento que se lanza, retirándonos un poco hasta llegar a aquel vacío capaz de resistir la plenitud y la gran variedad. A este movimiento que se detiene y después se retira, y que nos conduce a comprensiones diferentes de las que cabe alcanzar mediante el movimiento que
se lanza hacia el entendimiento, lo califico de fenomenológico.
Ambos movimientos, sin embargo, se complementan, ya que también en el que se extiende hacia el entendimiento científico a veces tenemos que detenernos para dirigir nuestra mirada de lo particular a lo general y de lo próximo a lo lejano. Por otra parte, también la comprensión lograda mediante el procedimiento
fenomenológico requiere la comprobación en lo individual y más próximo.

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