Existe una ley que dirige toda nuestra vida: la ley del
equilibrio y, en particular, la ley del equilibrio entre el dar y
el recibir.
A un buen dar le corresponde un buen recibir. Al dar le llamamos trabajar, al buen recibir le llamamos éxito.
Cuando empezamos a darnos cuenta que los resultados que esperamos no llegan es cuando entramos en crisis.
Una crisis, pues, se declara cuando algo del pasado
interfiere en el ir hacia delante. Por ello toda crisis es
oportunidad de liberación y cambio. Más aun, ¿es posible prosperar
sin estar constantemente empujado por una crisis o por la necesidad
de actualizarme?
Una crisis es crisis de valores.
La moral, la fidelidad a nuestros valores y principios
son siempre un movimiento hacia la muerte, un ir hacia menos,
porque nos alejan de los que no lo comparten y sobretodo porque nos
hacen sentir mejor que ellos, con lo que les despreciamos y en el
fondo estamos deseando que desaparezcan – “todo sería mucho más
fácil si… si todos fueran como yo”. Nuestros valores matan el amor
en nosotros. Son armas mortíferas. Y son puro vínculo al pasado,
impiden el cambio, la creatividad o la adaptación al presente.
Los valores son grandes lealtades al pasado, gracias a
ellos la vida ha podido repetirse de generación en generación,
igual a sí misma. Cada vez que hacemos algo bien, solemos repetirlo
y nos vamos forjando justificaciones, principios y normas para que
nos siga funcionando igual de bien, olvidando que la base del
éxito anterior fue la perfecta adecuación nuestra al Presente y sus
necesidades.
Cuando nuestros valores y hábitos nos llevan al borde de
la muerte, estalla la crisis como única solución de supervivencia,
obligándonos a ver estas fidelidades para soltarlas.
Nacemos fusionados con la moral familiar. Esta última
dirige todas las emociones y actos del niño sin que tenga la menor
libertad o posibilidad de darse cuenta.
Al crecer, empezamos a adherir conscientemente a una de
las morales familiares, constituyéndonos una escala consciente de
valores. Al crecer más todavía, sólo algunos consiguen abandonar
estos valores, abriéndose al presente, a la creatividad y a todos
los seres como son, cada uno con su peculiaridad, ni mejor ni peor.
Los valores, tanto explícitos como implícitos, mal que
nos pese, nacen a consecuencia de un mito familiar o social creado
por un ancestro con poder, necesitado de ocultar un daño. Ese
ancestro es un perpetrador con cara de santo que con su poder
impuso y transmitió una declaración que le protegía (los vagos son
despreciables, p. ej. para eludir su responsabilidad en la muerte
de unos trabajadores a los que no quiso pagar lo debido)
declaración que las generaciones siguientes van a seguir ciegamente
por respeto al ancestro tan “merecedor”.
Y cuanto más fiel estamos a un principio, más atados
estamos a ese pasado, a ese perpetrador con cara de santo, más
inadaptados para el presente.
Nacemos en el mar de los valores y todo crecimiento significa salir de este baño paralizante.
Entonces, llega un momento en que nos damos cuenta del
desfase entre lo que hubo y lo que hay, nos sentimos
instatisfechos, vemos que la vida nos llama, que los proyectos, los
anhelos y el cambio se vislumbran y deseamos con todas nuestras
fuerzas que el cambio, nuestro futuro, se inserte en nuestro hoy.
La fuerza de este deseo felizmente va a provocar la
crisis: me doy cuenta de que el cambio no viene hacia mí, sino de
que tengo que ir hacia él. Los valores son inamovibles, anclados en
el pasado, no se pueden mover y tendremos que ir solos al cambio,
despojados de las creencias y valores que hemos ido acumulando en
nuestra última etapa. El cambio no es compatible con los valores.
Nos toca elegir y soltar. O los valores o el cambio.
Ese es el papel de toda crisis, provocar el darnos cuenta del desfase de nuestros valores y hábitos.
Todo es energía, somos energía. Pero la energía no tiene
un flujo continuo, sólo se dispara cuando una fase negativa se
iguala con una fase positiva y viceversa. Somos un campo de energía
que funciona como el imán en forma de U. Este imán tiene una rama
con carga positiva y otra con carga negativa y gracias a esas dos
polaridades existe el campo magnético del imán. En nuestras vidas
ocurre lo mismo. Estamos en la fuerza, somos energía cada vez que
equilibramos la luz con la sombra. Nuestra sombra es tan necesaria y
beneficiosa como nuestra luz.
Y ¿Cómo las equilibramos? Uniéndolas. Diciéndoles sí a
ambas, mientras las vivimos. Me responsabilizo de mi alegría a
pesar de las desgracias. Tomo mi sombra en mi corazón. Le doy las
gracias por estar aquí. Acepto aprender algo de ella.
Nos cargamos de energía cada vez que decimos Sí, y más
todavía cuando llegamos a decir Gracias. ¿Sí y gracias a qué? A la
vida como es. Agradecer a la vida como es, con su carga y su dolor,
lo transforma todo. La carga y el dolor devienen oportunidades de
servir y crecer, la vida se hace más fácil, pues va a empezar a
agradecernos nuestra entrega, se va a ir asomando el éxito. Al
decir sí y gracias a la vida como es entramos en una dimensión
espiritual, quiero decir en una dimensión en que nos abandonamos al
movimiento del espíritu, permitimos que él dirija nuestras vidas.
En la crisis el movimiento del espíritu se despliega,
prodigando su fuerza y su amor al que quiere ver y cambiar.
Éxito, ¿Qué significa?
Si nos aferramos al éxito conseguido, o si sólo nos
interesamos por el éxito anhelado, nos estamos olvidando de la
primera parte de la ecuación, el dar, y el éxito se escurre de
nuestras manos o no llega nunca.
Nuestro agradecimiento a la vida cómo es nos impulsa a
servirla con todas nuestras fuerzas, capacidades y amor. “El
trabajo es la vida en acción. Vivir es estar al servicio, vivir es
trabajar, pues trabajar es ponerse activamente al servicio.
Trabajamos como vivimos” (Bert Hellinger). Esta es la parte que nos
corresponde. Luego el entorno, la sociedad, el mundo nos compensa
con su reconocimiento. Si no llega el éxito esperado, no es por
culpa de mi jefe, de mis clientes, de los políticos o de quién sabe:
el no éxito está en mí.
“Sólo existen dos movimientos: un ir con la vida y un ir
hacia la muerte. Lo que no es más es menos. Más va con la vida,
menos va hacia la muerte. Lo nuevo, el cambio va con la vida, la
rutina va hacia la muerte.
El trabajo crea vida. El trabajo es más.”
El no éxito me dice que no voy con la vida, que no doy lo
que podría dar, que algo mío o de mi sistema interfiere con mi
capacidad de estar presente y de dar.
Cuando nos abandonamos a lo que hay, a quién somos, tal
cual, por ende nos abandonamos a quienes nos hicieron como somos: a
nuestros padres. Tomamos incondicionalmente a nuestros padres, tal
y como son, con amor y agradecimiento haya pasado lo que haya
pasado.
En cuanto decimos sí a lo que hay, renunciamos a nuestros
valores, a nuestras ilusiones, al futuro programado que habíamos
soñado con una sarta de imágenes del pasado. Entonces sí que
avanzamos hacia más, hacia la vida como es y, sin darnos cuenta, se
acerca el éxito. El éxito, como todo, necesitará nuestro sí y
gracias, pero si caemos en la tentación de aferrarnos a él, adios
éxito… lo nuestro es aferrarnos al cambio, al trabajar y al sí.
En Sistémica observamos que los accidentes, crisis,
enfermedades o traspiés de todo tipo tienen una función muy clara:
la de mostrar algo que necesita ser tenido en cuenta. Más aún, el
sistema ha llegado hasta tal punto de desequilibrio que no
permitirá que ningún individuo siga con su vida individual sin
antes haber integrado ese “algo”.
Las dificultades nacen con el propósito de poner énfasis
sobre algo inconcluso, algo no asumido tanto por cada persona
involucrada en el conflicto como por sus sistemas familiares.
La crisis sirve de espejo retrovisor de una situación que nos es difícil reconocer y por ello queda inconclusa.
Toda crisis no resuelta se presenta una y otra vez, cada
vez de modo más agudo, hasta conseguir el cambio que el sistema
está necesitando. Y este objetivo puede tardar generaciones en
lograrse…
Otro elemento fundamental de reflexión es esta realidad:
todo individuo está primero al servicio de su especie, el destino
de la especie prima sobre el destino del individuo. ¿Qué
consecuencias tiene esto para nosotros hoy?
La Crisis actual, la Crisis global es también una crisis
de valores al servicio del crecimiento de la humanidad entera. Pide
ser vista y honrada como la necesidad prioritaria de cada ser
humano hoy.
Repito lo dicho anteriormente, para aplicarlo a la
Crisis: cuando nuestros valores nos llevan al borde de la muerte,
estalla la crisis como única solución de supervivencia,
obligándonos a ver estas fidelidades para soltarlas. Es la
supervivencia de la humanidad lo que está en juego.
Primero nos debemos sentir participes de esta Crisis, ni
tenerle miedo ni negarla, sino mirarla con respeto, cómo enviada
del espíritu. Y empezar a fluir con ella, con el cambio de
paradigma, con la vida distinta – ni mejor ni peor – distinta, con
el Sí y el gracias. Entonces podremos dedicarnos a nuestra vida
individual, también desde el sí y las gracias, caminando
activamente hacia el cambio interior. Este caminar hacia más vida
produce resultados cada vez más rápidos, por no decir inmediatos.
Nuevas puertas se abren. La alegría, la realización, las
oportunidades, el reconocimiento, la abundancia entran a raudales
nada más abrirnos al cambio.
¡Adelante!
¡Que seáis felices!
Publicado en Universo Holístico, noviembre 2009
Brigitte Champetier de Ribes

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