(Bert Hellinger)
Navidad significa “una noche consagrada”.
¿Consagrada por quién? Una noche que dios nos consagra a nosotros y
nosotros le consagramos a él. Según la tradición bíblica, en esa noche
dios les trajo a los hombres la paz, paz para los hombres que eran de su
agrado, agrado que él siente por todos los hombres.
Sentimos esa paz en nuestros recuerdos de la primera navidad, pues ella nos acerca en el amor a muchas personas cuyos caminos tal vez fueron distintos a los nuestros. En Navidad renovamos nuestro agrado por ellos, porque recordamos que dios siente por todas las personas el mismo agrado, ese agrado que a todos les trae paz.
¿A quién le trae paz especialmente la Navidad? A los padres y a sus hijos, pues en el centro de la Navidad yace un pesebre con un niño recién nacido. Por él sienten los padres agrado, como dios siente agrado por todos nosotros.
En los hijos los padres se experimentan profundamente uno con ellos mismos. En ellos los padres son indivisiblemente uno, incluso por encima de su propia vida personal. En ellos los padres viven unidos y así continúan en la próxima vida.
Entonces ¿al servicio de quién está en Navidad la paz de dios? Al servicio de la vida y del amor que engendra nueva vida. Esa paz también sirve a nuestra vida personal si en esa noche la tomamos de la mano y en toda su abundancia la llevamos a nuestro corazón, otra vez nueva, y con ella servimos a muchas otras personas y también a sus vidas.
Por un lado esa paz nos es regalada. Por el otro, nos recuerda nuestros compromisos, nuestros compromisos con el amor.
Ese compromiso nos resulta fácil en Navidad pues se trata de un tiempo festivo en el cual a muchas personas desde el fondo de nuestro corazón le regalamos nuestro amor, algo que a ellos los llena de dicha.
Después de Navidad el recuerdo de ese amor nos lleva a través de muchos inconvenientes que amenazan con desunirnos y nos transporta hasta la próxima paz y el próximo amor. Con ese amor honramos cada día a dios, igual que en Navidad – así en el cielo como en la tierra.
Sentimos esa paz en nuestros recuerdos de la primera navidad, pues ella nos acerca en el amor a muchas personas cuyos caminos tal vez fueron distintos a los nuestros. En Navidad renovamos nuestro agrado por ellos, porque recordamos que dios siente por todas las personas el mismo agrado, ese agrado que a todos les trae paz.
¿A quién le trae paz especialmente la Navidad? A los padres y a sus hijos, pues en el centro de la Navidad yace un pesebre con un niño recién nacido. Por él sienten los padres agrado, como dios siente agrado por todos nosotros.
En los hijos los padres se experimentan profundamente uno con ellos mismos. En ellos los padres son indivisiblemente uno, incluso por encima de su propia vida personal. En ellos los padres viven unidos y así continúan en la próxima vida.
Entonces ¿al servicio de quién está en Navidad la paz de dios? Al servicio de la vida y del amor que engendra nueva vida. Esa paz también sirve a nuestra vida personal si en esa noche la tomamos de la mano y en toda su abundancia la llevamos a nuestro corazón, otra vez nueva, y con ella servimos a muchas otras personas y también a sus vidas.
Por un lado esa paz nos es regalada. Por el otro, nos recuerda nuestros compromisos, nuestros compromisos con el amor.
Ese compromiso nos resulta fácil en Navidad pues se trata de un tiempo festivo en el cual a muchas personas desde el fondo de nuestro corazón le regalamos nuestro amor, algo que a ellos los llena de dicha.
Después de Navidad el recuerdo de ese amor nos lleva a través de muchos inconvenientes que amenazan con desunirnos y nos transporta hasta la próxima paz y el próximo amor. Con ese amor honramos cada día a dios, igual que en Navidad – así en el cielo como en la tierra.

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