miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡NAVIDAD! Nadie queda excluido

(Homilía de Monseñor Jean de Saint Denis)
Evangelio: Lucas 2/1-14

Voy a hablar de este acontecimiento que llamamos Navidad, que contiene tantos misterios y alimento espiritual.
A los que festejan la Navidad con un banquete nocturno y con danzas, donde sobre todo no se piensa en Dios, les digo de antemano que hacen muy bien.
A los que ven en la fiesta de Navidad recuerdos de su infancia, regalos, reuniones de familia --más sentimentales que espirituales--, la visita al pesebre con los niños, quizás la misa de Nochebuena para oír música sin prestar atención al Misterio, les digo de antemano que hacen muy bien.
A los que desean ir más allá en el Misterio de Navidad, en la penetración del Absoluto, del Eterno en el tiempo, en el nuevo nacimiento, sin entrar en el contenido realmente espiritual del Misterio de JesuCristo, les digo de antemano: ciertamente, está muy bien.
Sí. Digo “muy bien” a estos diferentes tipos de hombres porque inconscientemente reconocen esta fiesta que no comprenden.
Todos los días, las Iglesias del mundo cantan en los Laudes: “Cielos, bendecid al Señor; que la tierra y las aguas bendigan al Señor; que los monstruos marinos bendigan al Señor; que el calor y el frío, la luz y las tinieblas bendigan al Señor”. ¡Nadie queda excluido de ninguna fiesta cristiana!
Una noche, al volver de la Misa de Pascua, encontré a un borracho. Me sentía transportado por la alegría de la Resurrección, mas él había entendido esta fiesta de otra manera, yendo de bar en bar. Eran cerca de las tres de la mañana, yo tenía frío, estaba cansado, y había un bar abierto. Entré, pues todavía tenía que caminar una hora para volver a casa. El patrón era gordo, tranquilo, miraba todo con ojos indiferentes, como los del buey en el pesebre, soportando a los clientes, aguantando a este borracho pobre o feliz, que bebía su enésimo vaso y decía en un francés macarrónico: “Soy feliz, ¡ah!, soy feliz, feliz, es Pascua”. Y se golpeaba el pecho. Y como no tenía nada para contar, agregaba: “Yo, prisionero (probablemente había sido prisionero durante la guerra), ¡Pascua!, ¡vino!, ¡Pascua!”. Luego caía, y el patrón lo miraba y decía: “¡Muy bien, duerme! Es Pascua”.
Cada uno según sus posibilidades
Cualquiera que sea el aspecto de la Navidad que ellos elijan, sea la comida que les provocará una descompostura de hígado, sea recuerdos, aspiraciones espirituales, cósmicas, cristianas o semi-cristianas, participan de este acontecimiento. Supera su inteligencia, pero participan de él según sus posibilidades. Si Navidad es un banquete, eso muestra que son más bien “pavos” de espíritu; si participan de la Navidad desde el punto de vista de “un sol naciente”, son amigos de la naturaleza, del aire, de los elementos. ¿Y por qué indignarse? Es hermoso que en la humanidad haya toda especie de hombres y que cada uno evolucione según sus posibilidades; felicito tanto a los “hombres-pavos” como a los que cantan la Gloria de Dios con los ángeles.
Los criterios
Ahora quiero presentarles algunos elementos que prepararán la significación de la Navidad.
La venida del Mesías no era prevista sólo por los profetas de Israel, sino por todo el universo, en la cultura greco-romana, la cultura persa, y hasta en la cultura china.
Los sumos sacerdotes de Jerusalén tenían criterios para reconocer en Jesús al verdadero Mesías. Sin embargo, la mayoría de ellos se apartaron de El. Se puede conocer intelectualmente la verdad y no adoptarla, y actuar contra ella. El motivo es siempre pasional. Los sumos sacerdotes han preferido su interés político al mensaje y al llamado de Dios. Y el Cristo vino, humilde.
El Mesías no vino para colocar a Israel por encima de los otros, sino para reunir a las naciones. Verdad que debemos considerar en la víspera de Navidad: verificar cuidadosamente, profundamente, el lugar exacto que ocupamos y que ocupan nuestras ideas, para que no les otorguemos demasiado valor, bajo pena de dormir tranquilamente cuando nazca el Mesías y de soslayar el Advenimiento, a pesar de la sabiduría, la iniciación o la inspiración.
No debemos ser ni más pequeños ni más grandes de lo que somos, y tener cuidado de no superar nuestros límites. Si no, el Cristo volverá o vendrá a nosotros, y nosotros dormiremos como los habitantes de Jerusalén.
Entre todos los criterios, escogí dos que nos abren un universo muy rico.
Nacerá de una virgen
La virginidad no es sólo corporal; griegos y rusos llaman a la virginidad “unidad de la sabiduría”, es decir pureza, unidad del ser humano interior. Se puede ser virgen corporalmente y ser muy impuro espiritual o psíquicamente. La virginidad es una pureza en que nada se desgarra, en que nuestro corazón es “uno” y, al mismo tiempo, no hay en esta unidad ninguna satisfacción de sí mismo, ella es una disponibilidad.
La Virgen María había superado en ella los dos abismos (como piensa Martín Lutero): el orgullo y la desobediencia. San Lucas lo dice en su Evangelio. El ángel Gabriel aparece y dice a María: “Tendrás un hijo”. María discute, no acepta todo enseguida, pregunta cómo tal cosa puede sucederle, porque ella no conoce varón. El ángel explica, y entonces María dice: “He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según su palabra”. Si María no hubiera discutido con el ángel, si hubiera aceptado de prisa la misión tan extraordinaria de Madre de Dios, hubiera manifestado orgullo. La aceptación demasiado fácil -sin prudencia ni atención- de una misión, de una revelación, aún mucho más modesta que la de Madre de Dios, manifestaría que nuestra alma está ya hinchada de orgullo.
Pero al mismo tiempo María obedece a esta misión única e imposible testimoniando así su completa obediencia. Pues discutir largamente y persistir en no inclinarse ante una tarea que nos supera sería otra forma de desobediencia. En su integridad, María no manifiesta ni la facilidad orgullosa de aceptar esta misión inmensa, ni la duda y la falsa humildad desobediente de rechazarla. Estos dos abismos se abrían ante ella; los supera, y en ella la humanidad los supera. He aquí el espíritu de esta virgen absoluta, íntegra, plena, de la cual nacerá el Dios-Hombre.
Igualmente para nosotros. ¿Queremos que Dios renazca, crezca en nosotros? Tenemos que superar estos dos abismos. Si encontramos una facilidad demasiado grande al sentirnos “elegidos” o inteligentes, o si somos demasiado prudentes ante la fuerza divina; si estos dos estados no son dominados, no podremos recibir plenamente a Dios. Nos convertiremos en falsos cristos, seremos anticristos, o cualquier cosa salvo cristos.
Nacerá en Belén
El Cristo nació en Belén porque es la ciudad natal de David, este David que tiene unos antepasados no hebreos, este David que es el menor entre sus hermanos. Mas existe otro sentido. Nace en Belén y está registrado en Belén porque es de la sangre real de David, por José y por María, por el derecho y por la naturaleza. Además, Belén, en hebreo Beith-Lejem, significa “la Casa del Pan”. Por otra parte, Belén es la menor entre las ciudades de Judá. Allí quiso nacer el Cristo.
Nuestra vida espiritual tiene que inspirarse siempre de Belén, tener apariencias humildes y contenido de realeza. Al contrario, más nuestras apariencias son de realeza, y más miserable es nuestra alma. El verdadero camino espiritual es amar las realidades exteriormente humildes, elegir la ciudad menor sin renunciar a la realeza que nos da el Espíritu Santo. Una de las formas más humildes de la comunión con el Cristo es la Eucaristía: entramos en comunión con El bajo las formas humildes del pan y del vino. A menudo, ¡ni siquiera sentimos su presencia! Tantas veces un presbítero o un fiel en la comunión no hace más que gustar exteriormente el pan y el vino. Una apariencia o una manifestación brillantes son excepciones, pero el hombre interior, cuya mirada se hace más profunda, ve y entra en comunión real con el Rey de los reyes.
Es notable que los tres magos tenían la ciencia perfecta y reconocieron al Cristo, mientras que los sumos sacerdotes y escribas dormían tranquilamente, o imaginaban los quehaceres y las discusiones del día siguiente. Los magos, que habían emprendido una larga ruta, son tres sabios. Representan la sabiduría antigua de la humanidad, y poseen todas las informaciones sobre la venida divina, hasta una estrella para guiarlos, salvo un dato: el nombre del lugar de nacimiento de Jesús. Notadlo bien: son los sacerdotes, incapaces de reconocer al Mesías a pesar de su ciencia, los que les dieron el nombre: Belén.
A menudo nosotros, cristianos, hemos recibido la Verdad y no la cumplimos. Descansamos seguros, mientras que los no cristianos buscan a lo largo de su vida y de su evolución moral o espiritual: en definitiva, nosotros les daremos la última palabra: Belén; pero ellos nos precederán para adorar al Señor. Que cada cristiano lo sepa: ¡puede ser precedido por un no cristiano! Fuera de la revelación bíblica y cristiana no existe la palabra final: Belén. Tenerla es un privilegio tremendo, y no lo comunicamos a los otros. No os sorprendáis entonces si el Hijo de Dios, al volver un día sobre la tierra, pasa a nuestro lado y se acerca a los increyentes, simplemente porque lo habrán buscado con sinceridad.
Sí, los cristianos duermen a menudo, mas eso no significa que los otros tengan toda la Verdad. La palabra última se les escapará como a los magos, que simbolizan la evolución de la humanidad en busca de Dios. Necesitarán pasar por Israel, por Jerusalén, y sólo la Iglesia podrá responderles: Belén. Uno aprovechará, el otro no poseerá. Es la extraña dialéctica que aparece en la víspera de Navidad.
Vamos más allá, hasta los tres grupos que, además de María la Madre de Dios y de José, rodean al Cristo naciente: los pastores, los magos y los animales, el buey y el asno.
Los pastores
Los primeros llamados a contemplar al Cristo son los pastores, los hombres analfabetos, simples, naturales, que velan por la noche a causa de sus rebaños. Los primeros capaces de comprender el Advenimiento, la venida del Cristo, son las almas que velan en la simplicidad durante la noche, la noche en todos los sentidos.
El camino más directo y más simple para alcanzar la perfección espiritual, el conocimiento perfecto, y reconocer en el Niño del pesebre al Dios eterno, es guardar de manera estable la vigilancia en medio de todas las noches de la humanidad y de nuestra existencia, de nuestra vida interior y exterior, las noches sin luna de incomprensión de lo que pasa en nosotros: como los pastores, preservar sin querer entender todo. Esta vigilancia es velar en la oración aún si eso parece infructuoso. Eso es el camino más corto.
Los magos
El otro camino es el de los magos, el viaje espiritual, la ruta inmensa, esta caravana que vemos representada en las estampas, que avanza sobre camellos a través de los desiertos y los países lejanos, este itinerario de toda una vida, nuestra vida y también la de generaciones y generaciones.
El alma que busca, cava, empieza un camino espiritual, iniciático; si no encuentra lo que busca es por haberse detenido a medio camino, sin seguir hasta el fin.
La humanidad entera llegará al Cristo por la evolución lenta si -como decía un misionero que conocí cuando tenía doce años- tiene “la simplicidad de los pastores o la perseverancia de los magos”. El camino de los magos es el viaje sin descanso. La verdadera cultura no se detiene jamás. Sed vigilantes y contemplativos como los pastores; pero si entráis en la búsqueda, la menor satisfacción será vuestra muerte, y no veréis revelarse el Sol de Cristo.
Los que trabajan
¿Y los animales, el buey y el asno?
Los Evangelios no hablan de ellos; están en la Tradición, en Isaías (1,3) y en otros profetas. Representan, sin ninguna duda, a los animales, pero también a nuestra humanidad. ¿Qué los caracteriza? Son seres de trabajo, siervos del hombre: el asno que debe cargarse aún cuando está cansado, el buey que perdió hasta la posibilidad de ser un animal normal, ni macho ni hembra, disminuido para servir al hombre.
Entonces, el tercer grupo que vemos junto al Cristo es el grupo de las almas desprovistas quizás de evolución espiritual, más animales que otra cosa, las almas que en esta vida trabajan y sufren por su familia, por ellas mismas, por la humanidad. Estas también serán introducidas misteriosamente en la gruta donde viene al mundo el Dios eterno. Respetad a estas gentes de labor; su destino es penoso y, a pesar de todo, su fin está cerca del Señor.
Son los tres tipos de hombres que adorarán al Cristo.
Los que no tienen ni la simplicidad ni la ciencia verdadera, ni la labor paciente y animal, los otros, los habitantes de Jerusalén y Belén, todos los seres dotados de conocimientos magníficos, dormirán como troncos.
También dormimos nosotros, si no pertenecemos, de una manera u otra, a uno de estos tres tipos.
Tenemos que elegir entre los dos primeros --el tercero se soporta, no se elige--: buscar con los magos, viajar sin pausa con ellos, o velar en la noche, simples como niños.

AMÉN



No hay comentarios:

Publicar un comentario